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martes, 21 de agosto de 2012

Cultura de la violencia.


18-08-2012

Autor: Aimee Cabrera.
Son tres niños. El mayor no llega a los diez años. Ellos tienen amedrentados a sus pequeños vecinos de la otra cuadra, con ropas que los distinguen como demasiado humildes, y un palo que puede convertirse en bate, juguete o instrumento de agresión.
Desandan las calles de su barrio, voceando frases y palabras soeces.
Los adultos los requieren y ellos escuchan, pero al final del sermón continúan como si nada.
Nadie quiere "meterse en líos", quizás los padres sean violentos, quizás no, el programa cubano: "Tras la Huella" (canal Cubavisión, domingo 9:30 pm) mostró a una madre muy joven, trabajadora, quien vivía con su familia decente y fue capaz de agredir a otra chica por celos y desfigurarle el rostro.
Las carencias, las abismales diferencias de clases, la ruptura familiar producto del divorcio, o la emigración, la falta de apoyo gubernamental a quienes no saben ni cómo viven, son cuestiones que exacerban la violencia a través del trato incorrecto, la envidia, u otras formas de comportamiento que han hecho desaparecer las reglas de urbanidad, y los valores más respetados aún para quienes tuvieran, en otras etapas de la historia cubana, un bajo nivel cultural, o fuesen incluso iletrados.
En los últimos años en que se ha incrementado la participación de los cubanos en organizaciones independientes, las cuales son ilegales para el Gobierno, ha aparecido una nueva forma de agresión, bien vista porque el hacedor o la hacedora se sienten tan enojados que humillan a través de las palabras o hasta golpean a quienes no estén de acuerdo con la política nacional establecida.
Desde que están en la escuela primaria gritan consignas de halago a la Revolución, aprenden a marginar a sus colegas de clases cuyos padres pertenecen a la sociedad civil y están listos a dejarse manipular: aprenden desde chicos a ser violentos.
Por eso, a nadie le extrañó ver un ómnibus articulado de la ruta P-4 estacionado en la Avenida 41 con parte de los cristales rotos, todo motivado por una riña ocurrida dentro del vehículo metropolitano, quizás en la madrugada o casi al amanecer, como refieren vecinos de la céntrica localidad del municipio Playa.
"Vivo cerca de La Rampa y acostumbro a ir a la panadería, poco antes de que amanezca para comprar el pan que necesito para mi cafetería. Ya me acostumbré a coger un carro porque "las guaguas" (ómnibus) no paran en la parada y cuando lo hacen entran jóvenes que se han pasado toda la noche en el Malecón borrachos, drogados, buscando problemas", apunta un joven cuentapropista que viajaba en la mañana del domingo ocho de julio en un almendrón (auto no estatal).
"¡Qué podremos esperar de esta juventud que es la que tendrá que hacer por nosotros!", opinó otra pasajera. "Yo no sé señora que es lo que va a pasar, pero yo en cuanto pueda me voy", respondió el chofer, quien explicó que parte de su familia ya vive en los Estados Unidos de América.
Mientras la mayoría de los cubanos no tienen posibilidad de emigrar, el Gobierno y sus funcionarios no acaban de dar el giro necesario para acabar con la corrupción y otros tantos males que han afectado la idiosincrasia de los cubanos. Con menos indolencia y oportunismo, pudiera convertirse tanta violencia cotidiana en amor, respeto y comunicación tan olvidados por muchos.

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