Primera parte. |
Mi amigo Andy P. Villa, autor del libro: "Memorias de 100 y Aldabó", y manager de las páginas web:
me ha pedido que escriba mis experiencias, felizmente casi olvidadas sobre mi corta estancia de 21 días en "100 y Aldabó".
100 y Aldabó
Pienso que es una muy buena
la idea. La comunidad de cubanos que ha pasado por lo que alguien llamó:
"pequeña tiendecita de los tantos horrores del régimen cubano" no es
corta ni perezosa y evidentemente rompe el hielo sobre las tantas
historias que han sucedido en este centro de reducción psicológica y
terror social.
Por el bajo nivel cultural
de los agentes de la policía, y su falta de profesionalidad, no es para
menos recordar los tratos crueles y degradantes que no pocos hemos
sufrido y sufren al paso por ella.
Había abandonado la isla mi
papá: Carlos B. García Ocampo en la llamada estampida que terminó
transformando a la Base Naval de Guantánamo en un gigantesco campo de
tiendas de lona grises y refugiados. Huían por diferentes razones,
incomprensibles hasta el momento para quienes ya despiertan del fenómeno
mal llamado: "Revolución".
Yo vivía con mi padre,
quien con un infarto coronario y todo, decidió creerse, ante las tantas
presiones políticas vividas, un moderno Marco Polo, pues de abogado
había bajado su estatus a campesino y CVP, es decir, a custodio de
vigilancia y protección de un lugar cerca de casa.
Yo había quedado solo en
casa y tenia aproximadamente 22 años, joven, inexperto e inmaduro,
inconexo de la descarnada realidad en que vivíamos, quedé sin ninguna
guía inmediata. Había decidido que podía soñar con algo nuevo y útil,
ante tanto sufrimiento y desconocimiento. Fue de esta forma que vendí
todos mis cerdos y algunas viejas propiedades que alcanzaron para
comprar un vehículo del año 1958, que resulto ser un viejo Renault
amarillo.
Este almendroncito (como
los llamamos en Cuba) no tan nuevo, pero con un llamativo modelo, trajo a
mi vida nuevas relaciones y contactos, unos buenos, otros mejores,
algunos interesados sencillamente en divertirnos paseando los fines de
semana, y unos terceros que estrictamente me alquilaban para
trasladarse. Fue así que conocí a Iván, un muchacho buena onda y
divertido, pero que al parecer estaba tomando más de lo permitido
oficialmente en su centro laboral. Digo "oficialmente" porque todos
saben que aquí se vive robando, en un país donde el salario oficial
solamente alcanza para comer dietéticamente tres días, y sin tener una
indigestión como contra o regalía.
Esto ocurrió a finales
de noviembre. Ya estaba al tanto (por unos buenos vecinos) de que la
policía había estado merodeando y preguntando por mí en la zona. Eso me
intrigaba enormemente, pero tenía la casa siempre limpia de cualquier
ilegalidad, pues sabíamos todos, por experiencias ampliamente
adquiridas, que hacernos un registro en casa era sencillamente como dar
dos palmadas y matar a un mosquito. Algo así como una especie de papel
firmado por alguien y punto, que nunca te conoció suficientemente, y
punto.
No pudimos evitar los
registros infructuosos en que no hallaron nada, pero que intimidaron a
todo el barrio. Habían sido ya dos, y en el último de ellos, la que era
mi pareja valientemente no los dejo pasar hasta que yo llegué,
alegándoles que la dirección de ella era de la Víbora y que
sencillamente estaba de visita en casa.
Yo nunca llegué a tiempo y
ellos se marcharon dejando la orientación verbal de que me presentara a
primera hora del otro día en la estación policial de Punta Brava. Ya me
creía que era familia de Arsenio Lupin o Alcapone.
Hacia frio, y un vecino
(que posteriormente supe que era chivatón) a conveniencia propia me
llevó hacia la antigua estación policial que se encontraba a un lado del
puesto de bomberos. Allí no sabían nada del asunto o no me dijeron, y
sencillamente me encerraron en una celda de dos por tres metros
aproximadamente, desde donde vi por una rendija a alguien que se burlaba
y yo conocía.
Hasta que llegó un
supuesto sargento instructor de nombre: Vladimir que, por cierto, creo
que lo defenestraron, pues al poco tiempo lo vi vestido de trabajador de
TRASVAL, una especie de corporación del MININT que se dedica a
transportar dinero de las "Tiendas Recaudadoras de Divisas", como las
llaman acá.
Ya todo estaba
planificado. Como a las cuatro horas me sacaron de la celda y me
montaron en un Lada blanco con chapa del MININT, que me trasladó a toda
velocidad desde Punta Brava hasta la prisión de "100 y Aldabó". Mis
manos estaban esposadas a la espalda, incomodísimo.
El acostumbrado ritual de
amedrentamiento y coacción comenzó a mucha velocidad y a muy corta
edad, todo muy desagradable. Se me acusaba (solo lo pude saber después)
de ser cómplice de un robo en una dependencia del MININT donde trabajaba
Iván, que está ubicada cerca de casa y almacenaba productos para que
trabajaran las presas de la Prisión de Mujeres Manto Negro.
Después cambiaron su
acusación por la de "receptador", pero yo no sabía nada y mucho menos me
hacía falta, pues siempre me educaron en no robar, por cierto, como
mandato de Dios.
Me pasaron primeramente
por unas oficinas de esa dependencia penitenciaria del MININT. Quedaban
en la parte posterior del recinto, donde infiero que se discutió (en mi
modesto entender) el procedimiento arbitrario y violatorio. Pero habían
apostado por tratar de que yo mismo me ablandara y con el tiempo me
culpara en los interrogatorios rígidos a los que no estaba acostumbrado.
Continuará.
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