Los ojos comenzaron a emitir señales; eran como cristales encendidos, que con intermitencia silenciosa anunciaban la llegada de los primeros estremecimientos.
Luego fueron los gemidos inquietantes, y los imperativos suplicados entre quejidos y débiles susurros, hasta que todo a su alrededor se volvió solo ella.
Ernesto Aquino.
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