LA HABANA, Cuba, diciembre de 2010
Joisy García Martínez.
Que tiempos aquellos.
Manuel de la Cruz Fernández nació en la habana el 7 de septiembre de 1861 y murió en Nueva York el 19 de febrero de 1896, donde desempeñaba el cargo de secretario particular de Tomás Estrada Palma como jefe de la delegación Revolucionaria Cubana en los Estados Unidos.
Se inicia en las letras como cuentista, apenas cumplidos los 21 años, con El manco de la sierra, al que siguen El dominó negro, La hija del montero y El guardiero en el que nos brinda una vibrante descripción de la vida en el ingenio colonial. Hacia 1884 escribe su primera y única novela, Carmen Rivero, elogiada tan sólo por algunas de sus virtudes formales y cuyo manuscrito fue a parar al «fuego de la cocina», según confesión del propio autor, tras la demoledora critica de Manuel Sanguily. En estos comienzos de su vida literaria viaja a España, y se establece en Cataluña, donde escribe una serie de impresiones de viaje que titula En la Madre Patria y en los que comienza a vislumbrar al crítico y al patriota que había en él. Su estancia en tierra española exaltó y desbordó su cubanía y lo convenció de la imposibilidad de una solución española al problema de Cuba.
De regreso a La Habana, después de una breve visita a París, comienza a colaborar en diarios y revistas, utilizando, además de su nombre propio, diecisiete seudónimos, siendo los más conocidos los de: Juan Sincero, Bonifacio Sancho, Juan de las Guásimas, Enmanuel, Micros, M. de la C., y Un Occidental. Durante este periodo, Manuel de la Cruz se siente autonomista, pero más por admiración intelectual hacia sus figuras, algunas de indiscutible valor cultural y filosófico, que por convicciones políticas. Son estos años los que ven publicadas esas siluetas de los cubanos más representativos de su tiempo, que aparecen en la Revista cubana y que en forma ampliada constituirán su libro Cromitos cubanos (La Habana, 1893). Así llega el año 1890, en que publica Episodios de la Revolución cubana uno de cuyos ejemplares envía a José Martí, en Nueva York y da motivo a esta carta del apóstol.
New York, 3 de junio de 1890
Sr. Manuel de la Cruz.
Amigo mió:
¿Cómo empezare a decirle el cariño, la agitación, la reverencia, el júbilo, con que leí de una vez, por sobre todo lo que tenía entonces entre manos, sus «Episodios de la Revolución» de Cuba?
No he tenido últimamente una hora de reposo, para decirle con qué orgullo he visto, como si fuera mía, esta obra de usted, y en cuanto tengo su piedad patriótica y su arte literario, pero para releer los «Episodios» no me ha faltado tiempo, porque, sean cualesquiera mis quehaceres, no puedo tropezar con el libro sin tomarlo de la mesa con ternura, y leer de seguido paginas enteras. Por supuesto que he de escribir sobre él, por gusto mió, para que sepa el mundo de nuestros héroes, y de su historiador, mas de lo que sabe. Es historia lo que usted ha escrito, y con pocos cortes, así para que perdurase y valiese, para que inspirase y fortaleciese, se debía escribir la historia. ¡y la vergüenza, y la veneración, con que se va leyendo el libro! Ya nada nuevo podremos hacer los que vinimos después. Ellos se han llevado toda la gloria. En las notas que fui poniendo al margen, como guía para las líneas que he de escribir, hallo que he puesto en tres ocasiones poco mas o menos esta misma frase: «Hay veces en que se desea besar al libro» Los caballos debió usted preparar, porque leer eso, para todo el que tenga sangre, es montar a caballo.
Yo no quiero más que acusarle recibo de este libro radiante y conmovedor. Harto sabe usted de qué hoguera le nació, y con que cuidado lo fue rematando y bruñendo.
¿Qué le diría de nuevo, con decirle lo que todo el mundo ve: la viveza de la acción, la realidad de los escenarios, la armonía entre sus sucesos y la lengua con que los pinta, la pasión por nuestros héroes, que se ve en el esmero con que los describe y la capacidad rara de meter los brazos hasta el hombro en el color, sin apelmazarlo ni revolverlo, sino que de las escenas mas revueltas y confusas sale usted triunfante y desembarazado, con el campo detrás, como en el «Zig-zag»y «En la Crimen», lleno de golpes verdes, con chispazos de oro?
De los héroes, no he de hablarle. Se lee el libro temblando. Los del Apure, arremetiendo desnudos, con la lanza en la boca, contra la cañonera del río, no hicieron más que los de Santa Teresa. Páez en las Queseras, por lo que toca al arrojo, no le saca ventaja a Fidel Céspedes en el Hatibonico. Llame vil al que no llore por su Sebastián Amábile. Para mi hijo no quiero más gloria que la de Viamonde. ¿Quién puede pensar en su Agüero sin que se le salten las sienes? Se ve la caballería, la fuga, el amanecer épico, el descanso. La naturaleza va como coreando a los héroes. Usted los fija en la mente, con su habilidad singular, por lo colorido e inolvidable del paisaje.
Hay páginas que parecen planchas de aguafuerte, porque para usted es cera la palabra, y la pluma buril. Huele su prosa donde ha de haber olor, y donde debe, suena. ¿Qué no se yo el trabajo que le ha costado a usted la marcha de Gómez por la llanura de San Agustín? El lo quería leer de prisa no podrá, o lo tachará de de oscuro, cuando en realidad no lo es, sino que el color es tan intenso y la factura tan serrada, que ha de leerse sin perder palabra, por ser cada línea idea o matiz. Al principio parece que la mucha fuerza de color va a sofocar el incidente, o que el brío de la luz no va ha dejar ver bien las figuras, o que del deseo de concretar y realzar puede venir alguna confusión, pero el que sabe de estas cosas ve pronto que no tiene que habérselas con un terminista, que se afana por dar con voces nuevas, sino con un artista en letras, que lucha hasta expresar la idea con su palabra propia. Desde que leí un cuento de usted, sobre cierto capitán de partido, vi que entendía el carácter y adoraba el color, y que lo único que le sobraba era merito. Otro le paleará un adjetivo o le disputara un verbo, yo, que se lo que se suda en el taller, saludo con un fuerte apretón de manos al magnifico trabajador.
¿Me permite, en muestra de mi agradecimiento por haberse acordado de mí, y de mi alegría porque le ha salido a mi patria un buen libro, mandarle las primicias de mi traducción de Moore, en la parte que pueda conmover el corazón cubano, que es aquel de los cuatro poemas del «Lalla Rook» donde pinta penas como las de Cuba, con el amor que él tenía a su Irlanda?
El poema va traducido en verso blanco, por voluntad del editor y no por la mía, no porque no ame yo el verso blanco, como que escribo en él, para desahogar la imaginación, todo lo que no cabría con igual fuerza y música en la rima violenta, sino porque a Moore no se le puede separar de su rima, y no es leal traducirlo sino como él escribió alardeando del consonante rico, y embelleciendo a su modo, con colgaduras y esmaltes, los pensamientos. Pero usted hallará que hay versos que están como deben, puesto que restallan como latigazos: y me les perdonará sus faltas, por el afecto con que se los envío, y porque los escribí pensando en Cuba.
¿Le diré que tiene en mí un amigo? Nada más tiene que decir, a quien tan bien conoce el valor de las palabras, quien le admira tanto el arte de las suyas como su paisano y servidor.
120, Front Street.
José Martí.
Autocrítico de su propia obra en el año 1893 define su posición política en cartas escritas a Manuel Sanguily y que se publicaron en la revista El Fígaro. En ellas expresa que respetaba el ideal del Partido Autonomista, pero no creía que el problema político cubano pudiera solucionarse dentro de las normas propugnadas por dicho partido. Manuel de la Cruz empezaba a perfilarse como separatista.
Tras el estallido de la contienda liberadora, De la Cruz, de constitución delicada y frecuentes quebrantos de salud, se traslada a los Estados Unidos desde donde continúa trabajando a través de su vibrante pluma. Llegado a Nueva York y designado secretario de Estrada Palma, falleció apenas cumplido los 34 años. El Fígaro fue la única publicación en Cuba que osó dar la noticia de su deceso, el gobernador de La Habana amenazó con clausurar la revista si volvía a publicar la foto de un separatista.
En mi peregrinaje de apasionado lector, no he tenido dudas de que el señor de la Cruz si viviera nuestros tiempos no seria otra cosa que un narrador de la actualidad, después de leerme los “Episodios de la revolución cubana” y con esa maravillosa carta del maestro me quedo sin palabras y no hago otra cosa que imaginar al señor De la Cruz con un ordenador en mano y acceso al espacio virtual, que tiempos pasados, se imaginan ustedes cuantos escritos de nuestra historia nos hubiera legado, bueno solo sueño, pero que seria de la vida sin soñar.
Para hacer este post me apoye en el libro “Episodios de la Revolución cubana” de Manuel de la Cruz.
joisygarcia@gmail.com
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