Política
de Lezama
Rafael
Rojas
| México DF| 19-12-2010 - 8:05 pm.
He
aquí dos imágenes falsas: Lezama profeta de la Revolución y Lezama
aséptico, desentendido de la política en nombre de un arte puro.
Alguien
que comienza su carrera literaria a los veintitantos con versos como
"mano era sin sangre la seda que borraba/ la perfección que
muere de rodillas" o "el espejo se olvida del sonido y de
la noche/ y su puerta al cambiante pontífice entreabre" o
"espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma/ y
allí se agitan hasta relucir como flechas en su abrigo de noche",
tal vez deba ser pensado, más que como escritor o poeta, como
inventor de un idioma, como artífice de una lengua que, en vez de
proferir palabras, articula imágenes.
Todos
los libros del habanero José Lezama Lima (1910-1976), en poesía
—Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras
sigilosas (1945), La fijeza (1949), Dador (1960) y Fragmentos a su
imán (1970)—, en narrativa —un puñado de cuentos y sus novelas
Paradiso (1966) y Oppiano Licario (1976)—, o en ensayo —Analecta
del reloj (1953), La expresión americana (1957), Tratados en La
Habana (1958) y La cantidad hechizada (1970)— fueron, más allá de
sus sentidos explícitos (búsqueda de "otra causalidad",
de una "vivencia oblicua" o una "hipertelia",
idea de la "participación de la imagen en la historia",
noción de "lo americano"…), un intento de reinvención
del castellano escrito en Hispanoamérica a mediados del siglo XX.
Como
todos los inventores de lenguas fue Lezama portador de un saber
poético propio. Un saber que no es recomendable traducir o
encapsular —como suponen tantos imitadores o discípulos— en la
jerga de una filosofía organizada, de un "sistema poético"
o de una estética "neobarroca". Se trata, en todo caso, de
un saber más cercano al "no saber" de Georges Bataille,
que prefiere remitirse a una suerte de inframundo simbólico de la
racionalidad occidental y que entiende la metáfora como forma de
intelección de la realidad, no como figura de un discurso
epistemológico o metafísico.
Pero
además de poeta, narrador y ensayista original, personalísimo,
Lezama Lima fue un intelectual público y un pequeño empresario
cultural. Fundador y director de cuatro revistas —Verbum (1937),
Espuela de Plata (1939-41), Nadie parecía (1942-44) y Orígenes
(1944-56)— desarrolló una política intelectual siempre
subordinada a la preservación de la autonomía de una comunidad de
escritores y artistas. Esa comunidad, generacional y culturalmente
heterogénea, mal entendida como ciudad letrada "antivanguardista",
"nacionalista" o "católica", llegó a
involucrarse, en grado poco reconocido, en la vida cultural cubana de
los años 40 y 50 y en la opinión pública de la Isla en esas mismas
décadas.
Todas
las revistas de Lezama fueron independientes del Estado: la primera
fue una publicación universitaria y las tres siguientes, privadas.
La más importante y duradera, Orígenes, fue financiada por el
coeditor de la misma, el ensayista y crítico José Rodríguez Feo.
Esa independencia le permitió a Lezama sostener una permanente
posición crítica sobre el orden social y político de la Isla y,
específicamente, sobre los gobiernos de Ramón Grau San Martín
(1944-1948), Carlos Prío Socarrás (1948-1952) y Fulgencio Batista
(1952-1958). No quiere decir esto que Lezama no haya negociado nunca
con el poder: lo hizo, sobre todo en el periodo batistiano, pero
siempre entendiendo la negociación como práctica y ritual de la
autonomía.
La
historia oficial recuerda, con frecuencia, que en 1954, en un
editorial del número 35 de Orígenes por los diez años de la
revista, Lezama habría rechazado una oferta de financiamiento del
Instituto Nacional de Cultura del gobierno de Batista, entonces
encabezado por Guillermo de Zéndegui. Es en aquella nota donde
Lezama parece referirse a los políticos culturales del batistato
cuando afirma "estáis incapacitados vitalmente para admirar.
Representáis el nihil admirari, escudo de las más viejas
decadencias. Habéis hecho la casa con material deleznable, plomada
para el simio y piedra de infiernillo". Era la misma nota que
anunciaba la salida de Rodríguez Feo de la revista y, por tanto, el
agotamiento de su principal fuente de ingresos.
Pero
la historia oficial prefiere olvidar que Lezama trabajó durante
muchos años en la misma Dirección de Cultura que le ofreció apoyo
en 1954 y que en 1952 esa institución, encabezada por Carlos
González Palacios, encargó al origenista Cintio Vitier la antología
Cincuenta años de la poesía cubana, con motivo del cincuentenario
de la República, y premió a dos jóvenes escritores afiliados a
Orígenes: Lorenzo García Vega y Roberto Fernández Retamar. Fue
precisamente el Instituto Nacional de Cultura del Ministerio de
Educación de Batista el editor de La expresión americana, en 1957,
y una vía de acceso de Lezama, Vitier y otros origenistas a la
editorial de la Universidad Central de Las Villas, donde publicaron
varios libros.
Lezama
no fue un ermitaño en el campo intelectual de la República —tan
sólo sus columnas en el principal periódico de aquellas décadas,
Diario de la Marina, bastarían para cuestionar la imagen de
aislamiento que informa el mito oficial. Tampoco fue un escritor
apolítico o neutral, como le impugnaron los jóvenes de Lunes de
Revolución (1959-61), y como en las dos últimas décadas ha
sostenido el Ministerio de Cultura de la Isla, aunque en sentido
contrario, es decir, como una virtud que facilita la apropiación del
legado de Orígenes. En esa oficialización de Lezama, a la que
contribuyó intensamente Cintio Vitier, predominan dos imágenes
igualmente falsas: la del Lezama profeta de la Revolución y la del
Lezama aséptico, desentendido de la política en nombre de un arte
puro.
Ambas
imágenes se superponen para volver acríticas las relaciones de
Lezama con el gobierno de Fidel Castro entre 1959 y 1976. Es cierto
que Lezama, como la mayoría de los escritores de su generación
cubana e hispanoamericana, celebró la Revolución. Hay varios
textos, entre 1959 y 1968, que ilustran esa adhesión sincera. Pero
no es menos cierto que desde la aparición de Paradiso, en 1966,
retirada de circulación por sus pasajes homosexuales, Lezama comenzó
a tener dificultades con la política cultural del nuevo gobierno. En
1968 Lezama fue miembro del jurado que premió el poemario Fuera del
juego de Heberto Padilla, en contra de la posición de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, y desde entonces quedó involucrado en
el proceso de descalificación y ostracismo que se acentuó tras el
arresto del joven poeta en 1971 y la humillante "autocrítica"
a que fue sometido.
Desde
1970, luego de la aparición de la Poesía completa y los ensayos de
La cantidad hechizada, Lezama dejó de ser publicado en vida —su
último poemario, Fragmentos a su imán, y su última novela, Oppiano
Licario, se editaron después de su muerte. El malestar que sintió a
sus 60 años, bajo el orden social y político de la Isla, fue
trasmitido con serena elocuencia en cartas a su hermana Eloísa y sus
amigos exiliados Gastón Baquero, Julián Orbón, Lorenzo García
Vega y Carlos M. Luís. Ese epistolario es testimonio tan legítimo
como sus textos en homenaje al Che Guevara o Salvador Allende.
No
hay dudas de que la obra de Lezama está recorrida por una poética
de la nación cubana y su historia. Pero las empresas editoriales de
Lezama tejieron una red intelectual que todavía hoy impresiona por
su diversidad geográfica, estética e ideológica. Del Buenos Aires
de Jorge Luís Borges y las hermanas Ocampo al Boston de George
Santayana, el Londres de T. S. Eliot, el París de Paul Éluard,
pasando, desde luego, por el México de Octavio Paz y Carlos Fuentes.
Esa red, creada sin auxilio de Estado alguno, bastaría para
cuestionar la estrechez del nacionalismo o el tradicionalismo que con
frecuencia quieren atribuirse al fundador de Orígenes.
La
obra de Lezama es autorreferente, pero no reiterativa, ya que está
concebida como un diálogo entre cada uno de sus textos y cada uno de
sus géneros. Un diálogo que borra los límites de las propias obras
y abandona muchas convenciones escriturales. A veces hay que saltar
de libro en libro, de género en género, para seguir el desarrollo
de un argumento o las múltiples analogías de una imagen. Hay
ficción en sus ensayos, prosa en su poesía y poesía en todos sus
textos, incluidos los diarios y el extenso epistolario. Muerte de
Narciso, como una piedra en un estanque, produjo una sucesión de
anillos concéntricos que aún no acaba. Por eso a Lezama hay que
leerlo entero, o no leerlo.
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Rafael
Rojas nació en Santa Clara en 1965. Autor de Tumbas sin sosiego.
Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (Premio
Anagrama de Ensayo 2006), su libro publicado más reciente es Las
repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de
Hispanoamérica (Premio de Ensayo Isabel Polanco 2009).
Otro
ensayo suyo sobre José Lezama Lima: Lezama y los castillos.
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