Autor:
José María Heredia
Reina
el sol, y las olas serenas
Corta
en torno la proa triunfante,
Y
hondo rastro de espuma brillante
Va
dejando la nave en el mar.
«¡Tierra!»
claman; ansiosos miramos
Al
confín del sereno horizonte,
Y
a lo lejos descúbrese un monte...
Le
conozco... ¡Ojos tristes, llorad!
Es
el Pan... En su falda respiran
El
amigo más fino y constante,
Mis
amigas preciosas, mi amante...
¡Qué
tesoros de amor tengo allí!
Y
más lejos, mis dulces hermanas
Y
mi madre, mi madre adorada,
De
silencio y dolores cercada
Se
consume gimiendo por mí.
Cuba,
Cuba, que vida me diste,
Dulce
tierra de luz y hermosura,
¡Cuánto
sueño de gloria y ventura
Tengo
unido a tu suelo feliz!
¡Y
te vuelvo a mirar...! ¡Cuán severo
Hoy
me oprime el rigor de mi suerte!
La
opresión me amenaza con muerte
En
los campos del mundo nací:
Mas,
¿qué importa que truene el tirano?
Pobre,
sí, pero libre me encuentro:
Sola
el alma del alma es el centro:
¿Qué
es el oro sin gloria ni paz?
Aunque
errante y proscripto me miro,
Y
me oprime el destino severo,
Por
el cetro del déspota ibero
No
quisiera mi suerte trocar.
Pues perdí
la ilusión de la dicha,
Dame ¡oh
gloria! tu aliento divino.
¿Osaré
maldecir mi destino,
Cuando
puedo vencer o morir?
Aun
habrá corazones en Cuba
Que
me envidien de mártir la suerte,
Y
prefieran espléndida muerte
A
su amargo, azaroso vivir.
De
un tumulto de males cercado
El
patriota inmutable y seguro,
O
medita en el tiempo futuro,
O
contempla en el tiempo que fue,
Cual
los Andes en luz inundados
A
las nubes superan serenos,
Escuchando
a los rayos y truenos
Retumbar
hondamente a su pie.
¡Dulce
Cuba! en tu seno se miran
En
su grado más alto y profundo,
La
belleza del físico mundo,
Los
horrores del mundo moral.
Te
hizo el Cielo la flor de la tierra:
Más
tú fuerza y destinos ignoras,
Y
de España en el déspota adoras
Al
demonio sangriento del mal.
¿Ya
qué importa que al cielo te tiendas,
De
verdura perenne vestida,
Y
la frente de palmas ceñida
A
los besos ofrezcas del mar,
Si
el clamor del tirano insolente,
Del
esclavo el gemir lastimoso,
Y
el crujir del azote horroroso
Se
oye sólo en tus campos sonar?
Bajo
el peso del vicio insolente
La
virtud desfallece oprimida,
Y
a los crímenes y oro vendida
De
las leyes la fuerza se ve.
Y
mil necios, que grandes se juzgan
Con
honores al peso comprados,
Al
tirano idolatran, postrados
De
su trono sacrílego al pie.
Al
poder el aliento se oponga,
Y
a la muerte contraste la muerte:
La
constancia encadena la suerte;
Siempre
vence quien sabe morir.
Enlacemos
un nombre glorioso
De los
siglos al rápido vuelo:
Elevemos
los ojos al cielo,
Y
a los años que están por venir.
Vale
más a la espada enemiga
Presentar
el impávido, pecho,
Que
yacer de dolor en un lecho,
Y
mil muertes muriendo sufrir.
Que
la gloria en las lides anima
El
ardor del patriota constante,
Y
circunda con halo brillante
De
su muerte el momento feliz.
¿A
la sangre teméis...? En las lides
Vale
más derramarla a raudales,
Que
arrastrarla en sus torpes canales
Entre
vicios, angustias y horror.
¿Qué
tenéis? Ni aun sepulcro seguro
En
el suelo infelice cubano.
¿Nuestra
sangre no sirve al tirano
Para
abono del suelo español?
Si
es verdad que los pueblos no pueden
Existir
sino en dura cadena,
Y
que el Cielo feroz los condena
A
ignominia y eterna opresión,
De
verdad tan funesta mi pecho
El
horror melancólico abjura,
Por
seguir la sublime locura
De
Washington y Bruto y Catón.
¡Cuba!
al fin te verás libre y pura
Como
el aire de luz que respiras,
Cual
las ondas hirvientes que miras
De
tus playas la arena besar.
Aunque
viles traidores le sirvan,
Del
tirano es inútil la saña,
Que
no en vano entre Cuba y España
Tiende
inmenso sus olas el mar.
Septiembre
de 1825.
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