“En esta ocasión no quisiera sino averiguar cómo es posible que tantos nombres, tantas villas, tantas ciudades, tantas naciones aguanten a veces a un tirano solo, que no tiene más poder que el que le dan, que no tiene capacidad de dañarlos sino en cuanto ellos tienen capacidad de aguantarlo, que no podría hacerles mal alguno sino en cuanto ellos prefieren tolerarlo a contradecirlo”.
Étienne de la Boétie , Discurso sobre la servidumbre voluntaria
Un gobierno debe ser el siervo del pueblo y no a la inversa. Y si toma una línea de dirección por considerarla un atajo hacia el bienestar de la gente y no da resultados favorables, entonces hay que abandonar el camino elegido y tomar otro. Un gobierno realmente interesado en la felicidad del pueblo tiene que ser capaz de sacrificar sus más preciadas ideas si éstas sólo conducen a la barbarie, y no insistir en dibujar la trayectoria a seguir cueste lo que cueste.
El único fin loable, el único objetivo a alcanzar sin importar el precio debe ser la felicidad del pueblo. Sin embargo, durante más de cinco décadas el gobierno cubano ha dirigido caprichosamente sin atenerse a las consecuencias, que invariablemente pagan los de abajo. Sus palabras predilectas son las mismas de hace 50 años: gloria, victoria, patria, muerte, humanidad, sacrificio, trabajo, esfuerzo, colectivo. Las palabras: placer, felicidad, autonomía e individuo no están en el vocabulario comunista.
Sin embargo, su supuesta opción por el bienestar colectivo se esgrime una y otra vez para justificar el avasallamiento del interés individual. Esto, como es natural, encierra una contradicción insalvable. Así, cuando se persigue al individuo que trae alimentos del campo a la ciudad, al anciano que vende maní sin licencia, al que expresa lo que opina cuando su opinión difiere de la ideología del Partido; cuando se prohíbe la libre prensa, el libre pensamiento, el libre comercio; cuando se extirpa al individuo su capacidad de elección y se le hace dependiente de las migajas del gobierno; cuando se le dicta cómo debe ser y a qué se debe parecer, cuando se le margina, se le llama gusano por añorar una vida digna en otro país, cuando se le falta el respeto una y otra vez haciéndole víctima de una aberrada obsesión por el control físico y mental, cuando, en fin, se le magulla el espíritu, y se le muestra una y otra vez su insignificancia ante el poder absoluto del Estado, cuando todo esto sucede, me pregunto ¿qué gana el pueblo? ¿En qué consiste el bien de todos cuando se afecta permanentemente el interés de cada uno? ¿Con qué justificación el interés personal, puede ser una y otra vez pisoteado en nombre del bien colectivo, como si cada individuo no conformara esa colectividad?
La ideología del sacrificio es la ideología de la miseria. El odio histórico del comunismo hacia el rico sólo ha conseguido mantener al pueblo en la más perentoria pobreza. Y mientras el país se derrumba arruinado por un flujo ininterrumpido de malas decisiones; mientras el pueblo pasa hambre y es obligado a robarle al gobierno donde quiera que puede para alimentarse; mientras es condenado a sufrir el eterno drama del transporte público; mientras se debe pedir permiso al ministerio del interior para viajar al extranjero, y pagarlo con el salario completo de ocho meses de trabajo; mientras esto sucede los dirigentes del gobierno acuden a cenas y recepciones, pasean en automóviles con chofer y viajan continuamente al exterior.
La ideología del partido comunista es sobre todo hipócrita. Es heredera directa de la metodología eclesiástica occidental. Sus métodos son muy similares a los que utilizaban los inquisidores desde el siglo XIII: imposición de una creencia (justicia de Dios; justicia de los principios de la revolución), vigilancia para asegurar que cada acción esté en consonancia con aquella, silenciamiento de toda voz disonante, apelación a una entidad trascendente para justificar el castigo (voluntad de Dios en el primer caso, voluntad de los líderes de la revolución en el otro).
Ambos poderes, el poder comunista y el poder de la iglesia medieval se apoyan en un mismo sistema de proposiciones: el individuo está llamado a ser algo diferente a lo que es, a respetar ciertas reglas morales, a sacrificarse por un bien superior, a abandonar ciertos comportamientos incoherentes con la ideología que el poder detenta, y, lo que es aún más desgarrador, el individuo está obligado a pensar de acuerdo con esta ideología. Los líderes de un bando y otro son los que saben cuál es el camino correcto, son los que determinan las reglas morales, las normas de conducta y la manera adecuada de pensar.
Una de las tantas coincidencias que se encuentran entre la ideología del poder eclesiástico medieval y la del comunista es la afirmación de un futuro mejor para los que se comporten como es debido, una vez que se arrogan el derecho de decidir cuál es el que deber ser. El primero tomó el énfasis de la religión cristiana en la moral ascética, en la aceptación de la verdad de Jesús como única verdad, para levantar sobre esta base un sistema de proposiciones infernales legitimado divinamente con el fin de clasificar a los seres humanos en píos e impíos, en comulgantes y excomulgados. El segundo tomó una serie de nobles ideas para instaurar poco a poco una tiranía que exige descaradamente el sacrificio constante del pueblo como condición para obtener la victoria, aunque nunca ha definido concretamente en qué consiste su visión de futuro, ni su noción de victoria. Ambos operan con un sistema de proposiciones abstractas que pueden ser cargadas de sentido de acuerdo con el interés del empoderado.
El partido comunista es moralista, siendo inmoral. Es capaz de expulsar a sus miembros cuando éstos se expresan valientemente con un cierto grado de libertad. No escucha sinceramente las críticas, aunque afirma que está interesado en ellas. Afirma explícitamente que su objetivo es controlar y dirigir, mostrando una falta de confianza en el pueblo, en la gente, en la capacidad de innovar abiertamente. Siempre ha mostrado un creciente recelo hacia los jóvenes que no militan en sus filas. Incluso estos últimos son coartados inmediatamente cuando dicen algo fuera del esquemático guión.
El partido comunista cubano es de derecha aunque se presenta como de izquierda. Su único objetivo es hacer perdurar el poder en manos de sus líderes. Es ultraconservador. Lo que el gobierno supuestamente hace por el bienestar del pueblo se lo repite una y otra vez; lo chantajea: haciéndole creer que perderá lo que han ganado desde el triunfo de la revolución. Llenan las calles de pancartas infantiles diciendo que los norteamericanos nos lo quitarán todo, que los niños no podrán ir a la escuela, que la gente perderá sus casas.
El gobierno cubano da como única opción el regreso a cuando todo estaba peor si no se sigue el camino señalado. No hay un futuro mejor, dice, si no es en el socialismo. Pero, ¿qué socialismo?
Si la casi totalidad de los medios de producción pertenece al Estado; si el salario de los trabajadores no aumenta conforme aumenta la plusvalía; si cada mes se pide en las reuniones sindicales trabajos voluntarios (es decir, trabajo no remunerado) a los cuales es casi obligado ir debido a la presión que se ejerce sobre el trabajador; si a pesar de los pésimos salarios hay que pagar mensualmente al gobierno un tributo para las milicias de tropas territoriales (organización caduca impuesta institucionalmente cuya única función es actuar como sanguijuela del salario del pueblo trabajador), y otro tributo al sindicato (aparato al servicio del gobierno para presionar, controlar ideológicamente y exigir disciplina a los trabajadores); si en cada oportunidad se pide más trabajo, más sacrificio, más resultados, más cantidad, más calidad a cambio de nada; si el salario de un trabajador no alcanza ni para alimentarse adecuadamente, y mucho menos para vestirse o divertirse mínimamente, me pregunto ¿en qué se diferencia el estado cubano del peor de los capitalistas imaginables? ¿En qué se diferencia del más cruento neoliberal cuando expulsa de sus centros de trabajo a medio millón de empleados empujándolos a una enajenación mayor aun que la de recibir salarios simbólicos, es decir, a la de trabajar como merolicos o cuentapropistas, sin importarle los años que hayan dedicado al estudio técnico o universitario, a la vez que alarga en cinco años la vida laboral de aquellos que añoraban retirarse después de una vida de trabajo mal remunerado?
Nótese que hablamos sobre todo de un sistema económico, pues cuando los fanáticos androides del gobierno saltan emotivamente para decir que la salud y la educación son gratuitas en Cuba, y que ningún niño se muere de hambre, obvian dos cosas fundamentales. La primera es que hay países capitalistas donde NADIE muere de hambre, y donde la salud y la educación, además de ser gratuitas, son de alta calidad. De modo que estos dos bastiones donde se ha apoyado el discurso oficial durante tanto tiempo no son prerrogativa del sistema mal llamado socialismo, que rige en Cuba. La segunda es que los niños y ancianos cubanos no mueren de hambre, pero sí pasan hambre. Los que reiteran este manido slogan tal vez apoyen al verdugo que tortura lentamente a su víctima sin matarla, y cuando le critican arguye: otros torturadores asesinan a sus víctimas, yo no.
¿Y por qué no decir de paso que estos dos fundamentos con los que el régimen cubano pretende auto legitimarse están carcomidos? ¿Por qué no recordar que desde el momento en que los padres tienen que hacer mil maravillas para pagar a un profesor particular, dado el pésimo estado en que se encuentra actualmente la educación en Cuba tal educación deja de ser gratis, como la universidad deja de ser gratis cuando el recién graduado debe casi regalar dos o tres años de trabajo obligado al Estado si no quiere perder el título universitario que con su propio esfuerzo ganó? ¿ Y por qué no decir de una vez que la educación es una inversión política del gobierno cubano, que siembra la ideología en los infantes haciéndoles venerar a los héroes de la patria, repetir consignas que no comprenden, leer libros de texto cargados de sutil contenido ideológico? ¿Por qué obviar la histórica obligatoriedad de asistir un mes a trabajar en el campo durante cada año de la secundaria, así como el hecho de que la mayoría de los de mi generación y de las siguientes tuvieron que encerrarse durante tres años en los fríos muros de un preuniversitario para trabajar la tierra, lejos de nuestros padres y seres queridos si teníamos esperanzas de continuar estudios superiores? ¿Y ya nadie recuerda a quienes eran expulsados por no asistir a la escuela al campo, sobre todo en los años en los 70, a aquellos que no siguieron las advertencias del sonoro lema “al campo iré y mi año aprobaré”?
¿Y qué decir de la salud pública, donde ya es costumbre hacer regalos a los médicos para ser bien atendidos, o para obtener una cama en una sala de operaciones en un plazo de tiempo más corto? ¿Y olvidaré que un vecino murió de cáncer después de esperar durante meses un balón de oxígeno que nunca llegó por la vía legal y que fue necesario conseguir sobornando a más de una persona en el camino? ¿Y que en las farmacias se venden los medicamentos en grandes cantidades a las revendedoras que luego quintuplican los precios en la calle? ¿Y que las paredes, las puertas, las ventanas, los baños de muchos hospitales están sucios, manchados, descuidados? ¿Y qué en algunos hospitales el acompañante dispone tan sólo de una rígida silla de hierro para pasar la noche, mientras que en otros ni siquiera eso? ¿Y no es cierto que en ocasiones cuando una mujer va a dar a luz los familiares reúnen utensilios de limpieza para dejar el baño de la sala mínimamente aceptable? ¿Y que las cucarachitas circulan libremente por los cuneros de los hospitales gineco-obstétricos? ¿Y que mientras nuestros médicos cumplen misión internacionalista nuestros hospitales carecen de ellos? ¿Y que no hace mucho murieron de frío un grupo de pacientes en el hospital psiquiátrico de Mazorra?
Cuando ese altanero con apariencia de burgués y que ejerce la presidencia de la asamblea del poder popular respondió hace ya algún tiempo a las dudas de unos jóvenes de la universidad de ciencias informáticas arguyendo que en Cuba era tan difícil viajar porque si todo el mundo viajara se caerían los aviones del cielo, y procedió luego a preguntar impúdicamente si ellos preferían pagar sus estudios universitarios y que el Estado retirara su mano altruista, estaba siendo ya no sólo ridículo e infantil, sino muy cínico.
Imaginemos por un instante que a su mentecita semi programada se le ocurriera siquiera proponerlo seriamente. Lo primero es que estaría negando la misma esencia del sistema político cubano, una de las pocas cosas que impide que la gente salga a las calles para derrocar a la tiranía. Lo segundo, y esto muestra ya definitivamente o un alto grado de retraso mental o una indolencia rayana en la ignorancia, es que sería imposible hacer funcionar al país un día más: la población apenas puede alimentarse dignamente, y sobrevive haciendo mil marañas para llegar a fin de mes, como para estar en condiciones de pagar la educación o la salud, más de lo que ya lo hace al recibir su miserable salario.
¿Por qué siembran en el pueblo la idea de que el Estado es un gran benefactor que paga todos los servicios como si tuviera fondos propios y no obtuviera dichos fondos del trabajo del mismo pueblo? Sí, de ese mismo pueblo que costea su propia represión inconscientemente mientras escucha una y otra vez que su lamentable y permanente miseria es una situación de dicha comparada con la del resto de los países capitalistas, como si todos los países capitalistas fueran exactamente lo mismo. Las abstracciones metafísicas son muy útiles cuando se tiene el objetivo de confundir y manipular a los que nunca han puesto un pie fuera de la Isla , pero son fatales cuando se pretende lograr un acercamiento medianamente aceptable a la realidad social.
La polémica socialismo vs capitalismo tal y como se presenta en Cuba es un galimatías sencillo de elucubrar: tome cualquier término e ínflelo, demonícelo, cárguelo de sentido, generalícelo, cúlpelo de todo el mal de la tierra y habrá conseguido lo que han logrado los escribientes de esta tiranía caribeña: alejarse de la realidad para vivir en un mundo de abstracciones vacías. Y si usted es uno de estos últimos, entonces le será muy útil cuando le señalen los errores que comete el gobierno que defiende: sólo tendrá que apartar los ojos del problema en cuestión y mirar hacia afuera, pedirle a su acusador que mire lo que sucede en los países capitalistas, donde ocurren tantas atrocidades. Si su interlocutor se descuida y no le trae de nuevo al asunto, entonces usted habrá podido evitar reconocer públicamente lo que tanto niega para afirmar la legitimidad de la ideología que defiende.
Pero si tenemos un presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular cuando el pueblo no tiene ningún poder; si este presidente anda en un automóvil y no espera cada día durante horas en una parada de autobús, ni suda corriéndole detrás al ómnibus cuando éste sigue de largo con la gente apretujada unas contra otras, para detenerse a cien metros de donde debe; si luego no se monta y viaja colgado al principio, y al rato consigue entrar a empujones para quedar lapidado entre la gente y la puerta; si no escucha decir al chofer, en muy mala forma, que camine pues el ómnibus está vacío, ni recibe ofensas del que a su lado le exige que le quite el pie de encima, mientras el que está delante le grita que no le empuje; si cuando este mediocre jefecillo finalmente llega a su oficina ésta no tuviera aire acondicionado, sino un ventilador de techo medio roto; y le esperara un almuerzo en el comedor obrero; si al rompérsele los zapatos se diera cuenta de que su humilde salario no le alcanza para comprar otro par, pues de lo contrario no le quedará un centavo para el resto del mes, y viera a su anciana madre hambrienta viviendo en una casa que se cae y con un retiro que da lástima; si, en fin, fuera un digno representante del pueblo y no un vive bien oportunista, tal vez dedicaría algún tiempo a hablar o escribir sobre las penurias y la miseria del pueblo trabajador, o a pedirle cuentas al gobierno por todo el daño que le hace al país, en lugar de dedicarse exclusivamente a hablar o escribir indiferentemente sobre los cinco prisioneros cubanos en los Estados Unidos. Pero entonces no podría ser el presidente del poder popular: sería un disidente, un gusano, un enemigo de la revolución.
Sí, porque son ellos, los líderes históricos de la revolución, quienes marcan los destinos, quienes dictan la ley, mientras permanecen ilesos cuando cometen graves crímenes como los de encerrar a intelectuales, sacerdotes y homosexuales en un campo de concentración al que llamaron cínicamente Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), o el de enviar a miles de jóvenes a morir en una guerra que no es la suya en otro continente, mientras ellos permanecen en sus cómodas butacas arrogándose el mérito del internacionalismo proletario; o el de enviar y apoyar a un grupo de gentuza del partido comunista a humillar públicamente a quien desea abandonar el país. Todavía hoy circulan hojas por los centros de trabajo para que los trabajadores firmen que están dispuestos a salir a abuchear, e incluso golpear, a quienes tienen la osadía de protestar contra alguna injusticia social. Todavía hoy esos penosos y mediocres medios de prensa oficialista salen a cubrir el avasallamiento que comete la chusma cabeza hueca contra cualquier acto de protesta pacífica, y luego lo pasan en el noticiero arguyendo que el pueblo revolucionario salió a las calles espontáneamente para dar un escarmiento a los contrarrevolucionarios. Pero si hay alguien verdaderamente contrarrevolucionario es el partido comunista de Cuba que se opone a cualquier iniciativa que roce siquiera sus intereses.
El gobierno cubano bajo los principios rectores de su partido comunista ha cosechado enfáticamente la intolerancia. Un solo pueblo, una sola voluntad. ¿Habrá mayor falta de respeto a la dignidad humana que lo que el gobierno ha hecho con el pueblo cubano? Ha convertido a muchos de sus intelectuales en títeres. Ha hipostasiado el concepto de revolución, para asimilarlo a la voluntad de los gobernantes cubanos. Ha creado un macabro sistema electoral indirecto que comienza por la elección de alguien que TIENE que ser un revolucionario, es decir, un obediente y fiel seguidor de las ideas de los gobernantes. Ha excluido a todo el que piensa contrariamente a la corriente del Partido; ha condenado al pueblo a la miseria; le ha exigido y le exige dar todo, incluso la vida para defender un sistema que les oprime; ha engañado sistemáticamente a la gente; ha convertido la ilegalidad en una condición de vida; ha hecho de la emigración un negocio controlado por el Ministerio del Interior, que le extrae todo lo que puede al que decide emigrar, haciéndole pagar entre otras cosas una suma de 400 CUC (unos 10 000 pesos, es decir el salario medio completo de 25 meses de trabajo) por un chequeo médico consistente en una toma de sangre, una de orina y una radiografía; ha enfrentado y dividido al pueblo cubano haciéndoles desconfiar del prójimo, haciéndoles vigilarse mutuamente, haciéndoles disputarse migajas como un televisor en un altísimo precio (6000 pesos, el salario medio completo de 15 meses de trabajo), el cual presenta la sola ventaja de poder ser pagado a créditos; ha condenado a la juventud a desear el exilio, y a exiliarse; ha separado a la familia cubana, a la madre del hijo, al esposo de la esposa, al abuelo de los nietos. Ha hecho su voluntad en nuestra tierra y en nuestro cielo, sin respetar en lo más mínimo los intereses y deseos del pueblo.
¿Y por qué continuar bajo el abrigo de una tiranía cuando se puede pedir su renuncia? El aparato del partido ha cometido ya demasiados errores y los sigue cometiendo. No hay que estudiar la teoría de sistemas para comprender el asunto. El aparato del partido está demasiado determinado, incluso sus miembros tienen miedo de ir demasiado lejos con una opinión porque saben lo que puede costarles. El aparato del partido tiene entonces que ser disuelto y sus miembros liberados sin consecuencias.
Ahora bien, ¿significa esto que propongo la instauración del sistema capitalista? NO. Sería lo peor que pudiera pasar en un pueblo arrasado por la miseria material y espiritual. ¿Significa acaso que acepto la intromisión extranjera en los asuntos de los cubanos para resolver el conflicto? NO. Nuestra amada patria, marcada hace ya demasiado tiempo por un doble bloqueo (el del gobierno norteamericano y el del cubano) que nos desangra, y que soportó la opresión colonial, la neocolonial, y luego esta larga tiranía nacional deberá ser libre y soberana, una vez que logre zafarse del yugo que la oprime
¿Significa entonces que me opongo a la existencia de un partido comunista, mostrando una intolerancia de la que acuso al gobierno cubano? NO. Propongo la eliminación inmediata de ESE partido comunista, bajo el mando de ESOS líderes. Después de dicha disolución pueden, y deberían concurrir todos los puntos de vista posibles para contribuir al progreso de la nación, pues los lastres que nacen del temor, incluso del de los miembros del partido, habrán desaparecido.
Si el pueblo cubano quiere progresar en todos los sentidos tiene que hacerlo bajo el signo del libre pensamiento, y el partido comunista de Cuba es un obstáculo para esa tan deseada libertad. Hay muchísimas propuestas tanto por grupos de jóvenes cubanos como por parte de individuos, algunos de los cuales tienen en su espalda la marca de más de un latigazo recibido a lo largo de estos últimos 50 años. Latigazos que ya comienzan a sentir también ciertos jóvenes inquietos, a los cuales se les leen los correos, se les pincha el teléfono, se les presiona para que no participen en actividades espontáneas, se les expulsa de sus centros de trabajo, o se les amenaza con impedirles la entrada al país, si es que han emigrado.
Lo cierto es que ya el gobierno no tiene fundamento alguno para tachar de enemigos de la patria (la patria no es el sistema político que la rige) a quien se atreve a hacer una propuesta osada, pues pululan las ideas nacidas de un auténtico sentimiento de socialización, desde unos deseos profundos de crear estructuras de democracia, de autogestión, de cooperativización. No digo que sean propuestas acabadas, ni perfectas, digo que son dignas de tomar en consideración para la creación de un nuevo sistema económico y político netamente cubano, y, sobre todo, digo que son propuestas hechas desde abajo, desde el pueblo, desde la gente que se monta en las guaguas repletas, y pasa trabajos, y siente la presión que se les opone cuando se expresan libremente, y, sobre todo, que no está viciada por el poder, ni por el miedo al poder.
¿Y a quién deben ir dirigidas esas propuestas? ¿Al congreso del partido? No serán escuchadas por varias razones. La razón más evidente es que afectan los intereses de los clanes familiares en el poder, es decir a la oligarquía capitalista de la isla; a la vez que han salido de cabezas pensantes al margen del partido comunista, que suele tomar como ofensivas las ideas que no se producen en su seno, y que no están consonancia con los caprichos de sus ídolos.
Confieso no tener una solución inmediata para ese problema. Creo que debemos seguir presionando pacíficamente cuanto podamos hasta que un nuevo panorama se defina en el horizonte. Eso sí, en lo adelante cualquier proyecto político debe incluir estructuras que permitan controlar a los administradores del gobierno. Es imprescindible evitar los líderes carismáticos y los protagonismos huecos. Los poderes no deberán ser detentados por una sola persona, ni por un grupo de “auto-elegidos” para gobernar, y deben ser permanentemente supervisados para castigar la corrupción y la megalomanía, de las cuales ya hemos sufrido amargas consecuencias.
Por lo pronto, uno de los propósitos más urgentes debe ser la reducción de los poderes del Estado, institución que regula coercitivamente el proceso de sociabilidad, nos marca con el hierro candente de la dominación y nos inyecta ese miedo que motiva la doble moral y que corrompe en lo más profundo al espíritu humano. Sí, porque el problema de la Cuba de hoy no es sólo su fúnebre economía, es también su deplorable estado moral. Algo es seguro: reconstruir lo primero será más sencillo que subsanar lo segundo.
Lo que propongo, en resumen, es comenzar por dar el primer paso: si el partido comunista de Cuba es el corazón palpitante de la tiranía, por el bien de nuestra nación, es necesario detenerlo.
Un cubano de a pie.
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