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lunes, 12 de enero de 2015

La Economía de Hitler.

Para la generación actual, Hitler es el hombre más odiado de la historia y su régimen, el arquetipo de la maldad política. Esta opinión no se extiende sin embargo a sus políticas económicas. Muy al contrario. Son adoptadas por gobiernos de todo el mundo. Por ejemplo, el Glenview State Bank de Chicago alababa recientemente la economía de Hotler en su boletín mensual. Al hacerlo, el banco descubría los riesgos de alabar las políticas keynesianas en un contexto erróneo. 

El número del boletín (julio de 2003) no está en línea, pero el contenido puede adivinarse a través de la carta de protesta de la Liga Anti-Difamación (ADL, por sus siglas en inglés). "Independientemente de los argumentos económicos", decía la carta, "las políticas económicas de Hitler no pueden separarse de sus grandes políticas de virulento antisemitismo, racismo y genocidio. (…) Analizar sus acciones a través de cualquier otra lente supone desviar gravemente la atención". 

Lo mismo podría decirse de todas las formas de planificación centralizada. Es erróneo examinar las políticas económicas de cualquier estado Leviatán sin considerar la violencia política que caracteriza a toda planificación 
centralizada, ya sea en Alemania, la Unión Soviética o Estados Unidos. La controversia resalta la forma en que sigue sin entenderse la conexión entre violencia y planificación centralizada, ni siquiera por la ADL. La tendencia de los economistas a admirar el programa económico de Hitler es un buen ejemplo. 

En la década de 1930, Hitler se consideraba en general solo como otro planificador centralizado proteccionista que reconocía el supuesto fracaso del libre mercado y la necesidad de un desarrollo económico guiado nacionalmente. La economista socialista proto-keynesiana Joan Robinson escribió que "Hitler encontró un remedio frente al desempleo antes de que Keynes acabara explicándolo". 

¿Cuáles eran esas políticas económicas? Suspendió el patrón oro, inició enormes programas de obras públicas como las autopistas, protegió a la industria frente a la competencia extranjera, expandió el crédito, instituyó programas de empleo, acosó al sector privado en decisiones sobre precios y producción, expandió ampliamente el ejército, aplicó controles de capital, instituyó la planificación familiar, penalizó el tabaco, introdujo la atención sanitaria nacional y el seguro de desempleo, impuso estándares educativos y acabó teniendo enormes déficits. El programa intervencionista nazi fue esencial para el rechazo del régimen de la economía de mercado y su adopción del socialismo en un país. 

Esos programas siguen siendo hoy ampliamente alabados, a pesar de sus fracasos. Son característicos de toda democracia "capitalista". El propio Keynes admiraba el programa económico nazi, escribiendo para el prólogo de la edición alemana de la Teoría general: "la teoría de la producción en su conjunto, que es lo que el siguiente libro pretende ofrecer, es mucho más fácil de adaptarse a las condiciones de un estado totalitario, que la teoría de la producción y distribución de una producción dada bajo condiciones de libre competencia y de laissez faire". 

El comentario de Keynes, que puede sorprender a muchos, no era inesperado. Los economistas de Hitler rechazaban el laissez faire y admiraban a Keynes, incluso precediéndole en muchas maneras. De forma similar, los keynesianos admiraban a Hitler (ver George Garvy, "Keynes and the Economic Activists of Pre-Hitler Germany", The Journal of Political Economy, Volumen 83, Número 2, Abril de 1975, pp. 391-405). 

Todavía en 1962, en un informe escrito para el Presidente Kennedy, Paul Samuelson alababa a Hitler: "La historia nos recuerda que incluso en los peores días de la gran depresión nunca hubo escasez de expertos que advirtieran contra todas las acciones públicas curativas. (…) Si hubiera prevalecido aquí este consejo, como lo hizo en la Alemania anterior a Hitler, la existencia de nuestra forma de gobierno podría haber estado en peligro. Ningún gobierno moderno cometerá de nuevo ese error". 

Hasta cierto punto, no es sorprendente. Hitler instituyó un New Deal para Alemania, distinto del de FDR y el de Mussolini solo en los detalles. Y funcionó solo sobre el papel en el sentido de las cifras del PIB de la época reflejan un crecimiento. El desempleo se mantuvo bajo porque Hitler, aunque intervino en los mercados laborales, nunca intentó llevar los salarios por encima de su nivel en el mercado. Pero por debajo de todo, estaban teniendo lugar graves distorsiones, igual que ocurren en cualquier economía que no sea de mercado. Pueden potenciar el PIB a corto plazo (ved cómo el gasto público aumentó el tasa de crecimiento de EEUU en el segundo trimestre de 2003 del 0,7% al 2,4%), pero no funcionan a largo plazo. 

"Escribir sobre Hitler sin el contexto de los millones de inocentes brutalmente asesinados y las decenas de millones de muertos luchando contra él es un insulto a la memoria de todos", escribía la ADL en protesta por el análisis publicado por el Glenview State Bank. De verdad que lo es. 

Pero ser paladín de las implicaciones morales de las políticas económicas es moneda cambio en la profesión. Cuando los economistas piden estimular la "demanda agregada", no explica qué significa esto realmente. Significa eliminar por la fuerza las decisiones voluntarias de consumidores y ahorradores, violando sus derechos de propiedad y su libertad de asociación para alcanzar las ambiciones económicas del gobierno nacional. Incluso si esos programas funcionaran en algún sentido económico, deberían rechazarse basándose en que son incompatibles con la libertad. 

Lo mismo pasa con el proteccionismo. La principal ambición del programa económico de Hitler era expandir las fronteras de Alemania para hacer viable la autarquía, lo que significa construir enormes barreras proteccionistas a las importaciones. El objetivo era hacer de Alemania una productora autosuficiente de forma que no tuviera el riesgo de la influencia extranjera y no hacer que el destino de su economía se ligara a los altibajos en otros países. Fue un caso clásico de xenofobia económicamente contraproducente. 

E incluso hoy en Estados Unidos las políticas proteccionistas están realizando un trágico retorno. Solo bajo la administración Bush, se está protegiendo un enorme rango de productos, que van de la madera a los microchips, ante la competencia extranjera de bajos precios. Estas políticas se han combinado con intentos de estimular la oferta y la demanda mediante gasto militar a gran escala, aventurerismo en la política exterior, estado de bienestar, déficits y promoción del fervor nacionalista. Esas políticas pueden crear la ilusión de una creciente prosperidad, pero la realidad es que desvían recursos escasos de su empleo productivo. 

Tal vez lo peor de estas políticas sea que son inconcebibles sin un estado Leviatán, exactamente como dijo Keynes. Un gobierno suficientemente grande y poderoso como para manipular la demanda agregada es suficientemente grande y poderoso como para violar las libertades civiles del pueblo y atacar sus derechos de cualquier otra manera. Las políticas keynesianas (o hitlerianas) desenfundan la espada del estado sobre toda la población. La planificación centralizada, incluso en su variedad más mínima, y la libertad son incompatibles. 

Desde el 11-S y la respuesta autoritaria y militarista, la izquierda política ha advertido que Bush es el nuevo Hitler, mientras que la derecha execra este tipo de retórica como una hipérbole irresponsable. La verdad es que la izquierda, al realizar estas afirmaciones, tiene más razón del que cree. Hitler, como FDR, dejó su sello en Alemania y el mundo al aplastar los tabús contra la planificación centralizada y hacer del gran gobiernos una característica aparentemente permanente de las economías occidentales. 

David Raub, el autor del artículo para el Glenview, estaba siendo ingenuo al pensar que podía ver los hechos como los ve la corriente principal y llegar a lo que pensaba que sería una respuesta convencional. La ADL tiene razón en este caso: la planificación centralizada nunca puede alabarse. Debemos considerar siempre su contexto histórico y sus inevitables resultados políticos.

Sobre el autor: Llewellyn H. Rockwell, Jr. es Chairman del Ludwig von Mises Institute, en Auburn, Alabama, editor de LewRockwell.com, y autor de La Izquierda, la Derecha, y el Estado. Este Mises Daily fue originalmente publicado el 2 de agosto, 2003. Traducción de Mariano Bas Uribe. 

intervencionismo económico y planificación económica llevan a la dictadura.

"El liderazgo del estado en asuntos económicos que quieren establecer los defensores de la economía planificada está, como hemos visto, conectado necesariamente con una apabullante masa de interferencias gubernamentales de una naturaleza constantemente acumulativa. La arbitrariedad, los errores y las inevitables contradicciones de dicha política, como muestra la experiencia diaria, solo fortalecerán la demanda de una coordinación más racional de las distintas medidas y, por tanto, de un liderazgo unificado. Por esta razón, la economía planificad siempre tiende a evolucionar hacia la dictadura. (…) 

La existencia de algún tipo de parlamento no es ninguna garantía de que una economía planificada no evolucione a una dictadura. Por el contrario, la experiencia ha demostrado que los cuerpos representativos son incapaces de cumplir todas las múltiples funciones relacionadas con el liderazgo económico sin verse cada vez más implicados en la lucha entre intereses en competencia, con la consecuencia de un decaimiento moral que acaba en corrupción de partidos (si no individual). Hay realmente ejemplos de esa evolución degradante acumulándose en muchos países a tal velocidad como para crear en todo ciudadano honorable las más graves aprensiones respecto del futuro del sistema representativo. Pero, aparte de esto, no es posible preservar este sistema si los parlamentos están continuamente saturados al tener que considerar una masa infinita de las cuestiones más intrincadas respecto de la economía de mercado. El sistema parlamentario solo puede salvarse mediante una restricción sabia y deliberada de las funciones de los parlamentos. (…) 

La dictadura económica es mucho más peligrosa de lo que cree la gente. Una vez se ha establecido el control autoritario, no siempre será posible limitarlo al dominio económico. Si permitimos que se destruya la libertad económica y la confianza en uno mismo, los poderes que defienden la Libertad habrán perdido tanta fuerza que no serán capaces de ofrecer ninguna resistencia eficaz contra una extensión progresiva de dicha destrucción a la vida constitucional y pública en general. Y si se renuncia gradualmente a esta resistencia (tal vez sin que la gente se dé cuenta nunca de lo que está pasando en realidad) valores tan fundamentales como la libertad personal, la libertad de pensamiento y expresión y la independencia de la ciencia quedan expuestos a un daño inminente. Lo que puede perderse es nada menos que la totalidad de la civilización que hemos heredado de generaciones que en un tiempo lucharon duro por establecer sus fundamentos y e incluso dieron su vida por ella."

Fragmentos del discurso pronunciado por el eminente economista sueco Gustav Cassel. Se publicó en un panfleto con el título "Del proteccionismo a la dictadura mediante la economía planificada" Me tomo la libertad de citar este  pasaje extraordinario..., para no olvidarle.

¿Es un Peligro una Mayor productividad?

Ya es bastante malo que los opositores al libre mercado echen la culpa erróneamente al capitalismo de la contaminación medioambiental, las depresiones y las guerras. Sean cuales sean los defectos de sus teorías causales, al menos se centran en cosas indudablemente malas. Sin embargo, lo que es inaceptable es que se eche la culpa de algo bueno al mercado. 

Tim Jackson, profesor de desarrollo sostenible en la Universidad de Surrey hace justamente eso en su artículo "Let's Be Less Productive", que apareció en el New York Times del 26 de mayo de 2012. 

Jackson sugiere que la productividad puede haber alcanzado sus "límites naturales". Por productividad quiere decir "la cantidad de producción generada por hora de trabajo en la economía"—Reconoce que al hacerse más eficiente el trabajo se han producido beneficios sustanciales: "nuestra capacidad de generar más producción con menos personas ha sacado nuestras vidas de un trabajo penoso y nos ha dado una cornucopia de riqueza material. 

A pesar de estos beneficios, hay peligro a la vista: 

La productividad en constante aumento significa que si nuestras economías no continúan expandiéndose, nos arriesgamos a dejar a la gente sin trabajo. Si pueden hacerlo más cada año que pasa con cada hora de trabajo, entonces o la producción ha de aumentar o si no hay menos trabajo que realizar. Nos guste o no, nos encontramos enganchados al crecimiento. 

Si la crisis financiera, los altos precios de recursos como el petróleo o el daño al medio ambiente hacen insostenible el crecimiento continúo, nos arriesgamos al desempleo. "Aumentar la productividad amenaza al pleno empleo". 

¿Qué hay que hacer entonces? Jackson tiene una ingeniosa solución. Deberíamos concentrarnos en trabajos en áreas de baja productividad. "Ciertos tipos de tareas se basan propiamente en la asignación del tiempo y la atención de la gente. Las profesiones sociales son un buen ejemplo: medicina, trabajo social, educación. Expandir nuestras economías en estas direcciones tiene todo tipo de ventajas". Un cínico podría preguntarse si es solo una coincidencia que el propio Jackson esté empleado en una de estas profesiones. 

Jackson tiene en mente otras reformas aparte del mayor énfasis en las "profesiones sociales". (Por cierto, que uno se pregunta si por este nombre Jackson intenta sugerir que los dedicados a ocupaciones de alta productividad no se preocupan por la sociedad. Como mínimo, sería una sugerencia bastante audaz). También deberíamos dedicar más recursos a los bienes artesanos que requieren bastante tiempo hacerlos y también al "sector cultural". 

El programa de Jackson plantea una pregunta: ¿cómo pueden realizarse estos cambios? Tiene una respuesta preparada. Por supuesto, una transición a una economía de baja productividad no se producirá por pensamiento ilusorio. "Requiere una atención cuidadosa para incentivar estructuras: por ejemplo, menores impuestos al trabajo y mayores impuestos al consumo de recursos y la contaminación". 

Jackson tiene sin duda razón en que si el trabajo se hace más eficiente, los trabajadores deben encontrar otros usos para el tiempo que ahora tienen disponible. ¿Pero por qué es esto un problema? Los seres humanos tienen deseos ilimitados y siempre hay nuevos usos para el trabajo humano.

Como apunta Murray Rothbard: 

El trabajo tiene que "ahorrarse" porque es primordialmente un bien escaso y porque los deseos del hombre de bienes intercambiables están lejos de ser satisfechos. (…) Cuanto más trabajo se "ahorre", mejor, pues así el trabajo está usando más y mejores bienes de capital para satisfacer más deseos en una cantidad menor de tiempo. (…) Una mejora tecnológica en un sector tenderá a aumentar el empleo en ese sector si la demanda de ese producto es elástica a la baja, de forma que una mayor oferta de bienes induzca a un mayor gasto de consumo. Por otro lado, una innovación en un sector con demanda inelástica a la baja hará que los consumidores gasten menos en los productos más abundantes, contrayendo el empleo en ese sector. En resumen, el proceso de innovación tecnológica traslado el trabajo de los sectores de demanda inelástica a los sectores de demanda elástica.

Las crisis financieras pueden interrumpir el crecimiento, pero dado el carácter ilimitado de los deseos humanos, no pueden suplantarlo. Jackson nos ha ofrecido un remedio, pero no ha demostrado que exista una enfermedad que requiera su remedio.

Sobre el autor: David Gordon analiza y critica libros nuevos sobre economía, política, filosofía, y leyes para The Mises Review, la crítica trimestral de literatura de ciencias sociales, que se publica desde 1995 por el Mises Institute. Es autor de The Essential Rothbard. Este Mises Daily fue originalmente publicado el 6 de Junio, 2012. 

sábado, 10 de enero de 2015

La Posición Peculiar y Única de la Economía Ludwig von Mises.

La Singularidad de la Economía.

Lo que atribuye a la economía su posición peculiar y única en la órbita tanto del conocimiento puro como de la utilización práctica del conocimiento es el hecho de que sus teorías concretas no están abiertas a cualquier verificación o falsación sobre la base de la experiencia. Por supuesto, una medida sugerida por un razonamiento económico sensato genera los efectos buscados y una medida sugerida por un razonamiento económico defectuoso no consigue producir los fines pretendidos. Pero esa experiencia sigue siendo siempre una experiencia histórica, es decir, la experiencia de fenómenos complejos. 

Como se ha apuntado, nunca puede probar o refutar ninguna teoría concreta. La aplicación de teorías económicas espurias genera consecuencias no deseadas. Pero estos efectos nunca tienen el indiscutible poder de convicción que proporcionan los hechos experimentales en el campo de las ciencias naturales. La vara de medir definitiva de la corrección de una teoría económica es solamente la razón sin auxilio de la experiencia. 

El ominoso significado de este estado de cosas es que impide que una mente ingenua reconozca la realidad de las cosas de las que se ocupa la economía. "Real" es, a los ojos del hombre, todo lo que no puede alterar y cuya existencia debe ajustar sus acciones si quiere alcanzar sus fines. El conocimiento de la realidad es una experiencia triste. Enseña los límites de la satisfacción de los deseos propios. Solo reticentemente se resigna un hombre a la idea de que hay cosas, como todo el complejo de relaciones causales entre acontecimiento, que no puede alterar el pensamiento ilusorio. Aún así, la experiencia sensorial habla un lenguaje fácilmente perceptible. No tiene sentido discutir sobre experimentos. No puede discutirse la realidad de hechos establecidos experimentalmente. 

Pero en el campo del conocimiento praxeológico, ni el éxito ni el fracaso hablan un lenguaje distintivo audible para todos. La experiencia derivada exclusivamente de los fenómenos complejos no impide escaparse a interpretaciones basadas en pensamiento ilusorio. La ingenua propensión del hombre a atribuir omnipotencia a sus pensamientos, por muy confundidos y contradictorios que sean, nunca se falsa manifiestamente y sin ambigüedades por la experiencia. El economista nunca puede rebatir las rarezas y palabrería en economía de la forma en que un doctor rebate al curandero y el charlatán. La historia solo habla de aquella gente que sabe cómo interpretarla basándose en teorías correctas. 

Economía y Opinión Pública. 

La significación de esta diferencia epistemológica fundamental queda clara si nos damos cuenta de que la utilización práctica de las enseñanzas de la economía presupone su aceptación por la opinión pública. En la economía de mercado, la puesta en marcha de innovaciones tecnológicas no requiere nada más que el conocimiento de su razonabilidad por uno o unos pocos espíritus ilustrados. Ninguna estupidez ni torpeza por parte de las masas puede detener a los pioneros de las mejoras. Para ellos no hay necesidad de conseguir la aprobación previa de la gente inerte. Son libres de dedicarse a sus proyectos, incluso si todos los demás se ríen de ellos. Posteriormente, cuando los productos nuevos, mejores y más baratos aparezcan en el mercado, los burlones se pelearán por ellos. Por muy estúpido que sea un hombre, sabe cómo explicar la diferencia entre un zapato más barato y otro más caro y cómo apreciar la utilidad de los nuevos productos. 

Pero es distinto en el campo de la organización social y las políticas económicas. Aquí las mejores teorías son inútiles si no están respaldadas por la opinión pública. No pueden funcionar si no son aceptadas por una mayoría del pueblo. Cualquiera que pueda ser el sistema de gobierno, no puede haber ninguna posibilidad de gobernar una nación de forma duradera siguiendo doctrinas en contra de la opinión pública. Al final, prevalece la filosofía de la mayoría. A largo plazo no puede existir un sistema de gobierno impopular. La diferencia entre la democracia y el despotismo no afecta al resultado final. Se refiere solo al método por el que se consigue el ajuste del sistema de gobierno a la ideología que mantiene la opinión pública. Los autócratas impopulares solo pueden ser derrocados por levantamientos revolucionarios, mientras que los gobernantes democráticos impopulares son expulsados pacíficamente en las siguientes elecciones. 

La supremacía de la opinión pública no determina solo el papel singular que ocupa la economía en el complejo de pensamiento y conocimiento. Determina todo el proceso de la historia humana. 

Las habituales discusiones respecto del papel que desempeña el individuo en la historia yerran el blanco. Todo lo que se piensa, hace y consigue es resultado de individuos. Las nuevas ideas e innovaciones son siempre un logro de hombres no comunes. Pero estos grandes hombres no pueden tener éxito en ajustar las condiciones sociales a sus planes si no convencen a la opinión pública. 

El florecimiento de la sociedad humana depende de dos factores: el poder intelectual de hombres extraordinarios para concebir teorías sociales y económicas sensatas y la capacidad de éstos y otros hombres para hacer estas ideologías comprensibles para la mayoría.

Sobre el autor:
Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó "praxeología". Este artículo es un fragmento de La Acción Humana (1949), capítulo 37

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